domingo, 2 de julio de 2017

Subjetiva evaluación de Moscú en un día


Moscú, Junio 9, 2017
(viajar sola a Moscú y sobrevivir)

Esta visita me toma por sorpresa. Vida convulsionada por estos días entre la marejada de las emociones: las despedidas, las incertidumbres, las dudas acerca de mi salud mental y sobre la sabiduría de iniciar este proyecto. Por eso, Moscú, a diferencia de París me cogió mal parada. 

Despedirme por casi 180 días de mis vástagos y amante me distrajo de muchas maravillas. Los ojos hinchados de las lágrimas trasatlánticas me encegueció de ver el anochecer desde el avión que solo dura dos horas. Lloré por por 5999Km hasta quedarme dormida. Me desperté en otro continente sin marcha atrás. De vuelta a las carreras, corrí en el aeropuerto de París para alcanzar mi vuelo a Moscú. Después de un  café negro y la aceptación de lo ineludible, abrí los ojos. 

Desde el avión, Moscú es una colchita de retazos. Se diferencian bien las casitas rurales del inicio de la metrópoli. Estos rusos, no se van por la tangente. Son gente práctica, funcional… minimalista. No sonríen ni saludan y van directo al grano. Mi limitación con el idioma es abrumadora, me siento como una párvula con mil necesidades y sin ni siquiera el llanto para transmitirlas. 2 horas de congestión vehicular desde el aeropuerto, acompañada con un conductor que sabe lo mismo de inglés o español que yo se de ruso.  Nos emparejamos en el aeropuerto porque el llevaba el logo de “La Oficina” y yo tenía en mi maleta una camiseta que le hacía juego.  A parte de ese “match”, el pudo haber sido un sicópata o yo el ángel de la muerte y ninguno nos dimos por enterados. 

“La Oficina” tiene un gusto espléndido por sus locaciones. Siempre me pone en el corazón de los lugares que quiero visitar. Así pues, mi mansión temporaria, esta al frente del Kremlin y el Rio Moskva. Desde mi ventana, la maravillosa vista de la Catedral Ortodoxa de Cristo el Salvador (nota del autor, solo con fines de chicanear: Es la Iglesia Cristina Ortodoxa más alta del mundo). Otra particularidad de este edificio centenario es que cuando Stalin se vino para el Moscú, como era medio paranoico (por qué sería?) puso a todos sus empleados gubernamentales en el mismo edificio, en una isla pequeña al frente del Kremlin… Si señoras y señores, con sus fantasmas cohabito hoy.  Ciudadela de bloques, cerrada, con apartamentos espaciosos y oscuros. Techo a doble altura para que nos acomodemos los cuerpos gravitacionales y los espíritus volátiles. Piso de madera que traquea toda la noche avisando nuestros pasos para que no nos pisemos las mangueras. Y un desgraciado espejo frente a la puerta principal donde me reflejo yo, pero que me ha sacado el alma un par de veces al desconocerme y ver en cambio, otros reflejos. 

Como yo no soy moscovita, puedo andarme con rodeos. Después de una merecida siesta en posición horizontal, estaba lista para la calle. Dos celulares con GPS por si alguno le daba por hacerme una mala pasada. Itinerario construido con las uñas; porque, válgame mi suerte, mi único día en Moscú, el Kremlin no está abierto al público (tarea aprendida con las millas: Chequear el horario de mis atracciones turísticas y humanas). Pero si caminaba 45 minutos en dirección norte, podría matar dos pájaros de un tiro: Llegar a “La Oficina” y cargarme de historia en La Plaza Roja. 

Moscú es bella, intimidante, poco acogedora. Es como un museo gigante construido a punta de dolor, sangre y guerra. Sigue clamando su poderío con sus estatuas enormes y contestatarias, con sus miles y miles de muertos; porque aquí, el Fin Justifica los Medios. La sed por el trono de oro sigue latente. Es mi sensación que El Imperio sigue vivo. 

Los moscovitas son rubios, cachetones, de ojos claros. Altos, pero no tanto como me lo esperaba para haber hecho, deshecho y hacer retirar a Napoleón. Las chicas son bellas, sin un código de moda tan marcado como en París… Se les ve en jean, minifalda o vestido de coctel. Con cabellos bien peinados y maquillaje en su punto (no boquitas rojas, no no no). Cada quien camina a su ritmo y a su rumbo. No saludos callejeros, no sonrisas sorpresivas. 

Moscú, para resumir, es una pasarela fantasmagórica, donde excepto por el reflejo luminoso de los transeúntes en las vitrinas de boutique,  uno no sabe quien esta vivo y quien esta muerto.  Así como en mi apartamento, etéreos y corpóreos nos esquivamos. 

Nota 1: Opinión absolutamente personal y sesgada a un solo día de viaje. Acepto invitaciones para ampliar mi perspectiva. 

Nota 2: Para entender de lo que hablo por favor vea este video. 

https://youtu.be/HWPEWne8F6Q

Nota 3: este blog esta muy viajador. Tips para viaje, secretos, cultura y moda aprendidos también disponibles. Dígame que quiere saber y le cuento. 

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