Muchas cosas
han pasado en esta casi media vida transcurrida (aún me quedan 48 años de saludable aventura). Se me ha aflojado todo: las
carnes, los prejuicios, las piernas, la
malicia, las tuercas. Se me ha apretado otro tanto: la familia, los amigos, las
renuncias, las porciones de comida. Todo parece tender al equilibrio de mis
excesos de colegiales. Cada vez hay menos sexo, drogas y alcohol; pero hay mas orgasmos,
nirvanas y guayabos.
He logrado
todo lo que he querido (y he querido todo lo que he logrado), no por
perseverancia sino porque he soltado rio abajo lo que no se me ha dado. Asi, la fortuna siempre me encuentra con las
manos abiertas cuando se dejan venir las avalanchas bondadosas de la vida.
Después de meses
de excusas y vidas paralelas, de no tiempo y otras tareas, hoy se me llegó la
hora. Como celebración de Vísperas después de 8 horas trabajando con un reloj
que parecía moverse en reversa, no tuve más opción que volver a la academia. La
noche era lluviosa, fría y traicionera; me invitaba a irme a la cama a dejar
pasar otras horas de sopor antes de volver al automatismo de la vida laboral.
Pero el Amor de la Vida (uno que me trajo el río) me sacó de la hipnosis y me
puso el carro en marcha. Entrada en gastos, conduje casi sin darme cuenta de
regreso a la conciencia.
Unas
escaleras oscuras, alumbradas por una luz roja y con música invitante me recordó
mis paraisos. Apesar de la portezuela, al bajar encontré un espacio grande y acogedor,
a media luz iluminado, que por si mismo podría ser la magia. Tablitas de madera, rodeado de espejos,
oloroso a incienso.
Conocí allí,
otras 3 afortunadas pateadas por la vida
fuera del sofá. Una chiquitina de 6 años que ví por 10 minutos antes de que
decidiera, con la libertad de los niños de 6 años, que eso “no me gusta” y se
recostara a dormitar. Conocí otra de más de 70 años que contraviniendo la
sugerencia de su médico ¨cuide la espalda, los años se la acabaron¨ decidió danzar con el vientre. Conocí a
la profesora que es mas árabe que la danza misma, con cadencia de manantial y
gracia levitante que no supe si imitar o admirar.
Conocí hoy 3 mujeres. Reconocí la cuarta. Entre
el laberinto de espejos del salón de
danza, vi un ser grácil, noble, lleno de sabiduría. De ataduras flojas, listas
a caer. Reconocí mi rostro danzante que me devolvía replicadas sonrisas desde
las esquinas. Me vi desnuda entre tanta ropa, libre como soy solo cuando bailo.
Bailando, como si viviera. Viviendo como si quisiera. Y me prometo de nuevo,
que no dejaré de ser libre, de vivir, de bailar, de querer.
Y así fue como, entre notas árabes y femeninas,
me reuní con la de 6 que fuí, con la de 70 que seré, con la danzarina que debí
haber sido y con La Esperanza de ser. Esta es la historia de como los 35, me
cogieron haciendo Shimmi.