Hay una arruga en la frente de la mujer que se refleja en el
espejo.
Años de fruncir el ceño para sentirse segura, para
alejar el ataque han arado esa frente de la mano de la sapiencia. La arruga de
la frente ya no se desarruga así piense en cremas de abuela, rellenos de pepino,
maquillaje de porrista.
Sonrío a mi arruga. Ella me devuelve la sonrisa. Prepara la
venida de muchas mas que contarán historias mas felices... las del asombro, las
de las risas las de la gravedad. Eso no es adecuado! - grita el espejo- Mi arruga meditabunda recuerda el código de ética impositiva femenina. Ella, sinuosa, vertical y malgeniada es sinónimo de vejez. Y, femeninamente hablando (según la ética impositiva) , vejez es fecha de
vencimiento.
No estoy lista para retirarme del mercado (como dijo Clara cuando
se decidió por el concubinato). Mi instinto me dice que todavía tengo muchas
faldas que bailar, muchos libros que leer, muchas miradas que clavar; pero mi
arruga es la orden inicial para mi retiro ante generaciones ansiosas,
enérgenicas y de carnes firmes.
Me niego a irme. Me niego a seguir el rito de apagar mi
llama para entregar el turno, para mantener el mundo bello. Me niego a que me
midan en centímetros de cintura, bronceado o en tersura de piel.
Renuncio a las renuncias de lo que no es debido, a las
lineas invisibles de lo apropiado y lo correcto.
Me amarro con las arrugas del espejo una sonrisa y me quedo,
con mis mujeres (las de carnes tersas, las de cabellos vivos, las descabelladas
y las de arrugas en el espejo) merodeando en el mercado.